Amuleto

09/03/2021 Comentarios desactivados en Amuleto

Roberto Bolaño, Amuleto, Penguin Random House, 2017

  Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.
   Y ese canto es nuestro amuleto.

Cualquier lector que lea cualquier novela de Roberto Bolaño tiene inevitablemente la sensación de que es la mejor novela que ha leído nunca, mejor que cualquier otra novela del propio Bolaño o de cualquier otra persona que escriba novelas. Cada novela que se lee de Bolaño es mejor que la anterior que se ha leído, pero si ésta vuelve a leerse se convertirá también en la mejor. La última en leer o en releer es siempre mejor que cualquier otra, porque todas las novelas de Bolaño son mejores que las demás. Se trata del efecto Bolaño. Sin duda es un efecto mágico. Es el tiempo que se disuelve, no sólo en sus novelas, sino que logra que también se disuelva el tiempo del lector y el tiempo de la lectura. Todo lo que se lee de Bolaño es siempre nuevo, aunque se haya leído muchas veces. Amuleto es la mejor novela de Bolaño, si es la última que se ha leído o releído, porque en cuanto se lee, o relee, cualquier otra, será esta última la mejor. Pero como la última es Amuleto, no hay duda. No es sólo la mejor novela de Bolaño, es la mejor novela.

Esta novela es un gran poema épico, es el canto de toda una generación entera de jóvenes latinoamericanos y el de la madre de la poesía mexicana. Es el amuleto que conjura el mal por medio de la memoria del pasado y la memoria del futuro, como una forma de resistencia. Amuleto es, sobre todo, la prueba de que hay vidas que son poesía en sí mismas, como la de Alcira Soust (Auxilio Lacouture), Lilian Serpas o incluso la del mismo Bolaño, que nos protegen del mal y nos ayudan a resistir.

 

Bibliografía:

– Pedro Maino Swinburn, “Amuleto: la voz de Auxilio”, Universidad de Chile

– Ana Traverso, “Donde nace la poesía”, Fractal nº 56, enero-marzo, 2010.

– Ángel Díaz Miranda, “La memoria en espiral: Poéticas del trauma en Amuleto de Roberto Bolaño”, Revista de Estudios Hispánicos, Tomo 54, número 2, Junio 2020, pp. 477-503.

– Rodrigo Ramírez Morales, “Memoria, intemperie y sobrevivencia en Amuleto”, Universidad de Chile, 2007.

– Jennie Andersson, “Poesía cargada de violencia. Una comparación entre Amuleto y Nocturno de Chile de Roberto Bolaño”, Universidad de Lund, Suecia, 2012.

– Verónica Neira Ruiz, «Simbología en Amuleto de Roberto Bolaño«, Universidad de Cuenca.

– Braulio Peralta, “Ernesto San Epifanio”, Milenio, 6 de enero de 2020.

– Patricia Camacho, “Alcira Soust Scaffo: un grillete en la memoria”, en Doble Jornada, septiembre de 1988.

– VV. AA., “Tras las huellas de Alcira Soust”, Brecha, 9 de enero de 2009.

– Sergio Abraham Méndez Moissen, “Alcira, la poeta del 68 mexicano: entre Roberto Bolaño y José Revueltas”, la izquierda diario, 10 de noviembre de 2015.

– Braulio Peralta, “Alcira Soust Scaffo”, en Milenio, 15 de octubre de 2018.

– «Mexicanos perdidos en el laberinto de Roberto Bolaño»

– «Los verdaderos detectives salvajes»

p. 13:
Eso era lo que veía. Eso era lo que veía en medio de un escalofrío que sólo yo sentía. Luego abría los ojos y aparecía el cielo de México. Estoy en México, pensaba, cuando aún la cola del escalofrío no se había marchado. Estoy aquí, pensaba.

p. 16:
Pero luego se me iba la rabia y me ponía a reflexionar mientras la brisa del Bosque de Chapultepec (del pintoresco Chapultepec, como escribió Manuel Gutiérrez Nájera) me acariciaba la punta de la nariz.

p. 19:
La noche oscura del alma avanza por las calles del DF barriéndolo todo. Y apenas se escuchan canciones, aquí, en donde antes todo era una canción.

p. 20:
Porque vivir en el DF es fácil, como todo el mundo sabe o cree o se imagina, pero es fácil sólo si tienes algo de dinero o una beca o una familia o por lo menos un raquítico laburo ocasional y yo no tenía nada, el largo viaje hasta llegar a la región más transparente me había vaciado de muchas cosas, entre ellas de la energía necesaria para trabajar en según qué cosas.

p. 24-25:
Yo estaba en la Facultad aquel 18 de septiembre cuando el ejército violó la autonomía y entró en el campus a detener o matar a todo el mundo. No. En la Universidad no hubo muchos muertos. Fue en Tlatelolco. ¡Ese nombre que quede en nuestra memoria para siempre! […] Y estaba sentada en el wáter, con las polleras arremangadas, como dice el poema o la canción, leyendo esas poesías tan delicadas de Pedro Garfias, que ya llevaba un año muerto, don Pedro tan melancólico, tan triste de España y del mundo en general, qué se iba a imaginar que yo lo iba a estar leyendo en el baño justo en el momento en que los granaderos conchudos entraban en la Universidad. Yo creo, y permítaseme este inciso, que la vida está cargada de cosas enigmáticas, pequeños acontecimientos que sólo están esperando el contacto epidérmico, nuestra mirada, para desencadenarse en una serie de hechos causales que luego, vistos a través del prisma del tiempo, no pueden sino producirnos asombro o espanto. De hecho, gracias a Pedro Garfias, a los poemas de Pedro Garfias y a mi inveterado vicio de leer en el baño, yo fui la última en enterarse de que los granaderos habían entrado, de que el ejército había violado la autonomía universitaria, y de que mientras mis pupilas recorrían los versos de aquel español muerto en el exilio los soldados y los granaderos estaban deteniendo y cacheando y pegándole a todo el que encontraban delante sin que importara sexo o edad, condición civil o status adquirido (o regalado) en el intrincado mundo de las jerarquías universitarias.

p. 35:
Yo vivía durante el día en la Universidad haciendo mil cosas y por la noche vivía la vida bohemia y dormía e iba desperdigando mis escasas pertenencias en casas de amigas y amigos, mi ropa, mis libros, mis revistas, mis fotos, yo Remedios Varo, yo Leonora Carríngton, yo Eunice Odio, yo Lilian Serpas (ay, pobre Lilian Serpas, tengo que hablar de ella). Y mis amigas y amigos, por supuesto, llegaba un momento en que se cansaban de mí y me pedían que me fuera. Y yo me iba. Yo hacía una broma y me iba. Yo trataba de quitarle hierro al asunto y me iba. Yo agachaba la cabeza y me iba. Yo les daba un beso en la mejilla y las gracias y me iba. Algunos maldicientes dicen que no me iba. Mienten. Yo me iba apenas me lo decían. Tal vez, en alguna ocasión, me encerré en el baño y derramé unas lágrimas. Algunos lenguaraces dicen que los baños eran mi debilidad. Qué equivocados están. Los baños eran mi pesadilla aunque desde septiembre de 1968 las pesadillas no me eran extrañas.

p. 43:
… es público y notorio que los policías de la secreta son los que más se parecen a sí mismos. Un policía de tráfico, por ejemplo, si le quitas el uniforme, puede parecer un obrero e incluso algunos parecen líderes obreros, pero un policía de la secreta siempre será semejante a un policía de la secreta.

p. 44:
El amor nunca trae nada bueno. El amor siempre trae algo mejor. Pero lo mejor a veces es lo peor si eres mujer, si vives en este continente que en mala hora encontraron los españoles, que en mala hora poblaron esos asiáticos despistados.

p. 53:
… otras sombras aparecieron por aquella calle que hubiera podido convertirse en el resumen de mis calles del terror y me llamaron: Auxilio, Auxilio, Socorro, Amparo, Caridad, Remedios Lacouture, ¿dónde te has metido?

p. 57:
Así supe de sus aventuras en Guatemala, en El Salvador (en donde se quedó bastante tiempo en casa de su amigo Manuel Sorto, que también había sido amigo mío), en Nicaragua, en Costa Rica, en Panamá.

«Sorto recuerda al D.F. como una ciudad a la que no se le miraba fin. Fue a parar a Bucareli cuyos bares, en especial el café La Habana, eran puntos de encuentro de periodistas, poetas y escritores. Allí conoció a la poeta salvadoreña Lilian Serpas (que aparece en Amuleto) por intermedio de la uruguaya Alcira Soust Scaffo (Auxilio Lacouture), y tomó contacto con Humberto Musacchio, que dirigía el suplemento juvenil Nuestra Onda, de El Universal.»

Miguel Huezo Mixco, “Roberto Bolaño en El Salvador

p. 60:
Uno de sus viejos amigos, sin embargo, no se alejó de él. Ernesto San Epifanio. Yo conocí primero a Arturo, luego conocí a Ernesto San Epifanio una noche radiante del año 1971. Por entonces Arturo era el más joven del grupo. Luego llegó Ernesto, que era un año o unos meses más joven que él, y Arturito perdió ese sitial equívoco y brillante. Pero entre ellos no hubo envidias de ninguna clase y cuando Arturo volvió de Chile, en enero de 1974, Ernesto San Epifanio siguió siendo su amigo.

p. 62:
Yo estaba sentada en otra mesa, hablando con un periodista novato de la sección de cultura de un periódico del DF, y acababa de comprarle un dibujo a Lilian Serpas, y Lilian Serpas después de vendernos el dibujo nos había sonreído con su sonrisa más enigmática (pero la palabra enigma no alcanza a dibujar la oscuridad abismal que era su sonrisa) y había desaparecido en la noche del DF y yo le decía al periodista quién era Lilian Serpas, le decía que el dibujo no era suyo sino de su hijo, le contaba lo poco que sabía de esa mujer que aparecía y desaparecía por los bares y cafeterías de la avenida Bucareli.

Las guerras floridas

p. 65:
Y también pensé en Arturo, que de golpe y porrazo había ascendido involuntariamente a la categoría de veterano de las guerras floridas y que, vaya una a saber por qué oscuros motivos, aceptaba las responsabilidades que tal equívoco traía consigo.

p. 65:
… la Guerrero, a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968, ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo.

p. 67:
Así que allí estaba, amiguitos, la madre de la poesía mexicana con su navaja en el bolsillo siguiendo a dos poetas que aún no habían cumplido los veintiún años, a través de ese río turbulento que era y es la avenida Guerrero, similar no al Amazonas, para qué vamos a exagerar, sino al Grijalva, el río que en su día cantó Efraín Huerta (si la memoria no me engaña), aunque el Grijalva nocturno que era y es la avenida Guerrero había perdido desde tiempos inmemoriales su condición primigenia de inocencia.

p. 79:
… Remedios Varo, que está de pie de espaldas a un cuadro cubierto con una falda vieja (pero una falda vieja, me digo, que debió de pertenecer a una giganta), dice que ya no fuma, que sus pulmones ahora son débiles, aunque no tiene cara de tener los pulmones malos, ni siquiera tiene cara de haber visto algo malo, aunque yo sé que ella ha visto muchas cosas malas, la ascensión del diablo, el inacabable cortejo de termitas por el Árbol de la Vida, la contienda entre la Ilustración y la Sombra o el Imperio o el Reino del Orden, que de todas esas maneras puede y debe ser llamada la mancha irracional que pretende convertirnos en bestias o en robots y que lucha contra la Ilustración desde el principio de los tiempos (conjeturación mía que ningún ilustrado daría por buena)…

p. 82:
… pone un disco, y me dice: es el concertino en la menor de Salvador Bacarisse, y yo escucho por primera vez a ese músico español y me pongo a llorar, otra vez, mientras la luna salta de una baldosa a otra, en cámara lenta, como si esta película la dirigiera yo y no la naturaleza.

p. 84: Capítulo 10

El capítulo 10 se dedica por completo a la figura de Lilian Serpas

El café Quito en el que Auxilio Lacouture se encuentra con Lilian Serpas es en realidad el Café La Habana. En la novela de Sandra Frid La mujer que nació tres veces, Nahui Olin se encuentra en el mismo café con una tal señora Pérez (o Pereza) que es el nombre ficticio con el que aparece Lilian Serpas

p. 84:
Y mis recuerdos que se remontan sin orden ni concierto hacia atrás y hacia adelante de aquel desamparado mes de septiembre de 1968…

p. 84:
… tenía los sentidos enganchados con alfileres en el espacio y no en el tiempo…

p. 91:
Y es entonces cuando el tiempo vuelve a detenerse, imagen trillada donde las haya pues el tiempo o no se detiene nunca o está detenido desde siempre, digamos entonces que el contínuum del tiempo sufre un escalofrío, o digamos que el tiempo abre las patotas y se agacha y mete la cabeza entre las ingles y me mira al revés, unos centímetros tan sólo más abajo del culo, y me guiña un ojo loco, o digamos que la luna llena o creciente o la oscura luna menguante del DF vuelve a deslizarse por las baldosas del lavabo de mujeres de la cuarta planta de la Facultad de Filosofía y Letras, o digamos que se levanta un silencio de velatorio en el café Quito y que sólo escucho los murmullos de los fantasmas de la corte de Lilian Serpas y que no sé, una vez más, si estoy en el 68 o en el 74 o en el 80 o si de una vez por todas me estoy aproximando como la sombra de un barco naufragado al dichoso año 2000 que no veré.Sea lo que sea, algo pasa con el tiempo. Yo sé que algo pasa con el tiempo y no digamos con el espacio.Yo presiento que algo pasa y que además no es la primera vez que pasa, aunque tratándose del tiempo todo pasa por primera vez y aquí no hay experiencia que valga, lo que en el fondo es mejor, porque la experiencia generalmente es un fraude.

p. 93:
Les parecerá raro, pero yo no conocía a Carlos Coffeen Serpas. En realidad, nadie lo conocía. O mejor dicho: unos pocos lo conocían y esos pocos habían echado a volar su leyenda, su exigua leyenda de pintor loco que vivía encerrado en la casa de su madre, una casa que a veces aparecía ornada con muebles pesados y cubiertos de polvo, como salidos de la cripta de uno de los seguidores de Maximiliano, y otras veces más bien parecía una casa de vecindad, la copia feliz del hogar de los Burrón (los invencibles Burrón, que Dios los conserve muchos años, cuando yo llegué a México el primer piropo que recibí fue que me dijeran que era idéntica a Borola Tacuche, lo que no se aleja demasiado de la verdad). La realidad, como tristemente acostumbra, estaba en el justo término medio: ni se trataba de un palacio en decadencia ni de una modesta vivienda de patio de vecindad, sino de un edificio viejo de cuatro plantas en la calle República de El Salvador, cerca de la iglesia de San Felipe Neri.

p. 94:
En aquel entonces Carlos Coffeen Serpas debía de tener más de cuarenta años y nadie que yo conociera lo había visto desde hacía mucho tiempo. ¿Qué opinaba yo de sus dibujos? No me gustaban mucho, ésa es la verdad. Figuras, casi siempre muy delgadas y que además parecían enfermas, era lo que él dibujaba. Estas figuras volaban o estaban enterradas y a veces miraban a los ojos del que contemplaba el dibujo y solían hacer señales con las manos. Por ejemplo, se llevaban un dedo a los labios indicando silencio. O se cubrían la vista. O mostraban la palma de una mano sin líneas. Eso es todo. No puedo decir más. No entiendo gran cosa de arte.

Carlos Coffeen, «La interrumpida cena del rey Juan Sinojo el 1° (y último)» (1975)

p. 96:
En Latinoamérica nadie (salvo tal vez los chilenos) se avergüenza de ser pobre.

p. 116:
Entonces la vocecita se ponía a hablar del final de una novela de Julio Cortázar, aquella en la que el personaje está soñando que está en un cine y llega otro y le dice despierta. Y luego se puso a hablar de Marcel Schwob y de Jerzy Andrzejewski y de la traducción que hizo Pitol de la novela de Andrzejewski y yo dije alto, menos bla-bla-bla, yo todo eso lo conozco, mi problema, si es que hubiera algún problema, no es despertar sino no volver a quedarme dormida, cosa bastante improbable pues los sueños que tengo son buenos y no hay ser humano que desee despertar de un buen sueño. A lo que la vocecita me replicaba con una jerga psicoanalítica que claramente la identificaba (por si aún me quedaba alguna duda) como vocecita porteña y no montevideana. Entonces yo le decía: qué curioso, mis escalofríos suelen ser uruguayos, pero mi ángel de la guarda de los sueños es argentino.

p. 116-117:
Hasta que la vocecita decía: che, Auxilio, creo que me voy a ir. ¿Adonde?, le preguntaba yo. A otro sueño, decía ella. ¿A qué sueño?, le decía yo. A otro cualquiera, decía ella, aquí me muero de frío. Esto último lo decía con tanta sinceridad que yo buscaba su rostro entre la nieve y cuando por fin lo encontraba su carita sonaba igual que un poema de Robert Frost que habla de la nieve y del frío y eso me daba mucha pena porque la vocecita no me mentía y era verdad que se estaba congelando, pobrecita.

p. 120:
Y así, cuando nos encontrábamos, por pura casualidad, porque ya no salíamos con las mismas personas, me decía qué tal Auxilio, o me gritaba Socorro, ¡Socorro!, ¡¡Socorro!!, desde la acera de enfrente de la avenida Bucareli, dando saltos como un chango con un taco en la mano o con un trozo de pizza en la mano, y siempre en compañía de esa Laura Jáuregui, que era su novia y que era guapísima pero que también era más soberbia que nadie, y de Ulises Lima y de ese otro chilenito, Felipe Müller, y a veces hasta me animaba y me unía a su grupo, pero ellos hablaban en glíglico, aunque se notaba que me querían, se notaba que sabían quién era yo, pero hablaban en glíglico y así es difícil seguir los meandros y avatares de una conversación, lo que finalmente me hacía seguir mi camino entre la nieve.

Julio Cortázar, Rayuela, cap. 68

 

p. 120-121:
Yo no puedo olvidar nada. Dicen que ése es mi problema.
Yo soy la madre de los poetas de México. Yo soy la única que aguantó en la Universidad en 1968, cuando los granaderos y el Ejército entraron. Yo me quedé sola en la Facultad, encerrada en un baño, sin comer durante más de diez días, durante más de quince días, del 18 de septiembre al 30 de septiembre, ya no lo recuerdo.

p. 122:
Así que corté papel higiénico y me puse a escribir. Luego me quedé dormida y soñé, ay qué risa, con Juana de Ibarbourou, soñé con su libro La rosa de los vientos, de 1930, y también con su primer libro, Las lenguas de diamante, qué título más bonito, bellísimo, casi como si fuera un libro de vanguardia, un libro francés escrito el año pasado, pero Juana de América lo publicó en 1919, es decir a la edad de veintisiete años, qué mujer más interesante debió de ser entonces, con todo el mundo a su disposición, con todos esos caballeros dispuestos a cumplir elegantemente sus órdenes (caballeros que ya no existen, aunque Juana aún exista), con todos esos poetas modernistas dispuestos a morirse por la poesía, con tantas miradas, con tantos requiebros, con tanto amor.

p. 128-129:
Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.
Y ese canto es nuestro amuleto.

Blanes, septiembre de 1998

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