Breve de un baúl
21/06/2021 Comentarios desactivados en Breve de un baúl
Juan Carlos Quiñones, «Breve de un baúl», Breviario, Isla Negra editores, 2002.
Breve de un baúl
«La desgracia del hombre se debe a que no quiere
PASCAL, Pensamientos
permanecer en su habitación, que es su hogar».
Anoche soñe que traspasaba un umbral y que en el instante exacto de traspasarlo algo me traspasaba, como si yo fuera el umbral de algo que traspasaba un umbral.
Entonces desperté.
El cuarto, pues, como siempre. Cuatro paredes de madera, un techo cóncavo y un suelo liso, ambos también de madera, y una sola ventana por la que nunca se me había ocurrido asomarme. Siempre otras cosas me ocupaban.
Y el baúl. Dispuesto en una esquina de cuarto, como siempre. Impávido, como siempre.
Todos hemos sentido alguna vez ese mordisco, leve y casi imperceptible, de unos ojos que nos miran de reojo. Unos ojos que no vemos, pero que intuimos con la piel, casi siempre con la piel rosada de la nuca, espiándonos furtivos. Así me pasa a mí con mi baúl, pero distinto. Siempre sospecho que algo en sus entrañas no me mira, pero puede mirarme. Que algo en su interior no ha decidido asomarse por el ojo de la cerradura a otearme las espaldas, quizás porque se dedica con empeño a oscuras maquinaciones que no le permiten el tiempo de asomarse, de echarme el ojo por el ojo de la cerradura.
Tengo que confesar que no sé qué me aterra más: si descubrir en mi nuca la saeta fría de su mirada desde allí, desde el ojo de su cerradura (porque digo: ninguna mirada es inofensiva. Toda mirada lleva a rastras una intención, generalmente una intención terrible.) o dedicar mi cogitación a descifrar la actividad de sus maquinaciones silenciosas. Porque entonces presiento que sus maquinaciones me implican, me comprometen, ya es imposible negarlo: entonces estoy seguro de que soy el objeto, la víctima de sus crueles planificaciones.
Lo imagino (al incógnito habitante de mi baúl) allí, atrapado o resguardado por la madera que lo encierra, acompañado por todos los demonios, trasteando con los pedazos de Dios, completando el plan infame que realiza quién sabe desde cuándo para dar el último toque y entonces suspirar ¡eureka! y asomarse al fin por el ojo del baúl con su ojo contaminado de su plan para flecharme la nuca y realizarlo.
Es por esto (porque es imposible respirar bajo el dictamen del terror) que hoy me he apertrechado de fuerzas y he maquinado un plan vicario, atrevido, quizás suicida. Hoy me propongo a abrir el baúl.
Estoy buscando la llave. En esta tarea me ocupo, y no me rendiré hasta haberla realizado. Recorro todas las avenidas de este mi laberinto de madera y de aire oscuro y viciado, acaricio el suelo pulido con los ojos, registro las cuatro esquinas de mi cuarto sin resultados. Agotado el espacio de mi cuarto recurro a investigar mi propio cuerpo desnudo, me palpo entero y cuando alcanzo mi nuca mis manos se posan ávidas en la continuidad de una cadena fina que rodea mi cuello. Con el terror que causa la esperanza mis dedos persiguen la cadena hasta encontrarse con un tubo de metal dentado que reposa sobre mi pecho pendiendo de la cadena. Eureka eureka, he encontrado la llave. Entonces suspiro y meto la llave en la cerradura del baúl y algo grande y brilloso y con dientes violenta el cuarto a través de la ventana y entonces yo soy el baúl y una llave tubular, aserrada y perfecta entra por mi boca, entonces me abro de par en par y de mi cuerpo de madera traspasado nacen al mundo todos los demonios, todos los pedazos de Dios.
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